lunes, 15 de junio de 2009

LA TOMATERA

Ella amaba los tomates. Le gustaba todo acerca de los tomates, el color rojo, reluciente, su forma redonda y perfecta. Le gustaba comerlos. Sobre todo crudos, con un poco de sal y a mordidotas, alternando mordiditas.
Comer tomates era su actividad favorita desde que era una niña cuando se sentaba en el suelo a los pies de su padre mientras él se comía los tomates con sal. Ella lo miraba con todo el amor de hija y él le convidaba de su tomate. Una mordida y una mordida. Los dos eran felices, eran buenos momentos. Tal vez por eso le gustaban tanto los tomates, porque le traían buenos recuerdos.
Una vez comió tantos tomates que terminó con un dolor de panza. Su madre le explicó que era por el potasio que contienen, que en grandes cantidades provoca contracciones intestinales. Desde entonces fue más cauta con sus raciones de tomate. Ahora los partía en pequeños trozos para que parecieran más.
El tomate más delicioso que comió en toda su vida fue en Francia. Una vez fue a visitar a un novio suyo que tenía una huerta de hortalizas. Él le dio a probar un tomate, era lo más dulce que jamás comió en su vida. Ese tomate fue el mejor recuerdo de su furtivo amor.
Su abuela tenía una planta de tomates, aunque nunca se comió ninguno. La abuela contaba que un día había echado unas semillitas de tomate en un huequito de la banqueta y la plantita de tomate "se le había dado". Su abuela tenía tan "buena mano" para las plantas que le nacía cualquier cosa con sólo tocarla. Era como el rey Midas de las plantas.
Una vez ella quiso platar un tomate. Tomó unas semillitas y las sembró en una maceta. Les puso tierra buena, agua y hasta les dio a escondidas un besito para que crecieran como las de su ex novio francés.
Pero las plantitas nunca crecieron. Nada, ni una simple hojita o muñón amarillento. Ella entristeció por un segundo pero luego pensó que había sido una bendición que no germinara su planta, porque de lo contrario seguramente no se habría animado a comerse los tomates nacidos bajo su cuidado y eso le hubiera quitado todo el gusto a esa actividad gastronómica.
-No cabe duda, yo soy tomatera no agricultora. -Y alegremente se dedicó a comer tomates. Era la única manera que conocía de conectarse con su padre, después de 20 años de ausencia.

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