-El oficio de cuenta cuentos es peligroso -dijo Camelia mientras se levantaba de la silla. -Aunque nadie lo crea.
En los ojos desconfiados de la anciana se veía clavada una historia trágica que no le revelaba a cualquiera.
Los niños siempre se arremolinaban a su alrededor para escuchar sus cuentos. Pero en ocasiones ella se levantaba de imprevisto y se marchaba escupiendo alguna frase intrigante.
¿Quién podía creerle que el oficio de cuenta cuentos era algo peligroso a esa anciana de ropas color marrón y pañuelo carmesí sobre la cabeza? Cuando gracias a los cuentos hasta la lengua larga de Scherezada se había salvado mil y una noches de que le cortaran el pescuezo.
Lo cierto es que después de esos exabruptos incomprensibles Camelia caminaba lentamente y sin decir palabra hasta perderse en lo más alto del valle, rumbo al jardín de los cerezos. Cosa rara en Camelia que pocas veces se quedaba callada, ya que se ganaba la vida contando cuentos desde que era una niña porque sus fantasías divertían a todos. Pues desde entonces Camelia supo que no podía ser otra cosa que una cuenta-cuentos, un oficio que seguramente se inventó ella, porque en el pueblo nadie antes lo había escuchado, ni ejercido.
Camelia era la única que visitaba el viejo jardín de los cerezos, un pequeño jardín triangular protegido por unas enormes bardas de piedra. Se dice que era el jardín preferido de una princesa que alguna vez vivió en el castillo derrumbado.
-A mí me gustan mucho tus cuentos -interrumpió Padis a Camelia en su camino. La anciana ni siquiera miró a la niña. -Y yo sé que a veces te gusta estar solita. Mi mamá me dijo que es para acordarte de las personas a las que tú quieres. -insistía la niñita caminando al lado de Camelia -Yo te quiero mucho y... -Entonces descubrió un bultito de entre sus manos -por eso mi papá me hizo esta muñequita para ti. -Padis era la penúltima hija del carpintero del pueblo, la más dulce de las 7 y la más parlanchina. -Así tú te la puedes llevar contigo cuando quieras ir al jardín y ya no vas a estar solita -Padis no espero respuesta por parte de Camelia y sólo le puso la muñeca de madera en el bolsillo de la falda. -Adiós. -Concluyó la niña y salió corriendo contenta y sin mirar atrás.
Camelia alcanzó entonces la puerta arqueada de la entrada al jardín.
-El oficio de cuenta cuentos es un oficio peligroso -repitió. Luego caminó hasta el centro de jardín y la miró como tantas veces. Camelia acarició su rostro pálido y frío, sus ojos dulces y esa belleza que no terminaría jamás. En el centro de jardín la niña de alabastro reinaba aun después de décadas.
miércoles, 3 de junio de 2009
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