Su madre suspiró hasta el último momento de su vida por el hombre que la abandonó. Ni con una hija apenas parida podía quitarse del alma el sabor de su amante, ese momento perfecto del sexo que se convirtió en semilla, y que germinó en una niña rosa y chillona. Por eso, cuando el padre le dio los Santos Óleos, antes que muriera desangrada, y le preguntó cuál sería el nombre de la recién nacida sólo acertó a murmurar: Concepción.
Y ese fue el nombre de la pobre huerfana. Concepción creció con el estigma de la calentura de su madre y una eterna ausencia de su padre. Todos en el pueblo la veían y susurraban "en mala hora le pusieron ese nombre a la niña", "que esa concibe apenas le baje la regla".
Y apenas Concepción enseñó las primeras curvas todos los adolescentes mascullaban su nombre cuando ella pasaba, cuando estaban dormidos, cuando se encerraban en el baño, pensando en su nombre y en el acto que evocaba su nombre: "oh sí, concepción".
Tanto que Concepción empezó por pedir-suplicar-obligar que le llamaran Conchita.
Y Conchita para acá, y Conchita para allá. Y Conchita fue feliz porque finalmente la gente parecía dejar de lado su sórdido origen, y ella se sentía como un pedacito de mar que cascabeleaba por el mundo.
Y como el sueño de la Concha había sido alejarse de ese pueblo, un día, tomó sólo una maleta y se fue. La Conchita cruzaría el mar. Viajó a España y encontró ahí sus momentos más felices, hasta que supo lo que su nombre significaba en aquellos lares: La Concha, y todos le miraban a la Concha con deseo y perversión. Nunca se sintió más traicionada por el destino la pobrecita, pero comprendió que ni lejos de su pueblo, ni desprendida del nombre de Concepción ,se podía alejar de aquella maldición de lujuria que la rodeaba por culpa del ángel caído de su madre.
Entonces hizo lo único que podía hacer: meterse de monja a un convento.
Cuándo se ordenó cambió de nombre, como usualmente se hace. Y se renombró Purisima, Purisima de la Concha, y vivió haciéndole honor a su nombre. Tiempo después se preguntaba si todas las personas eran como su nombre lo indicaba, porque no se podía sacar de la cabeza el apellido del padre Rosado de la Colina.
2 comentarios:
MUY BUENO EL TEXTO GRACIAS
Gracias por tu comentario Alberto. Saludos :)
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