Los astros parecían haber escuchado las plegarias de Elena ahora que su hermano se mudaba de casa. En los últimos tiempos las peleas campales entre los dos adolescentes eran tan usuales como las 3 comidas del día.
Que si porque dejas los calzones en el baño, que ¿quién se terminó el kornfleiks?, que si dejaste la puerta abierta, que si te toca sacar la basura, que bájale a la música, que te apestan las patas, que toma, toma y toma más.
Por eso, cuando Ricardo anunció que se iría a su propio departamento Elena no disimuló su entusiasmo y comenzó a planear lo que haría con el espacio libre de la casa.
-Mamá, podemos hacer un estudio en el cuarto vacío, o un gimnasio, ¡sí, un gimnasio!
Miles de posibilidades surcaron alegremente por la mente de Elena mientras su madre la escuchaba silenciosa.
Ricardo era un pesado, que se creía saberlo todo y además siempre insistía en decirle a Elena lo que tenía que hacer. De ahí los largos días de la ley del hielo que dificultaban la convivencia familiar más de lo normal.
-Pásame las tortillas Elena.
-Mamá, dile a “tu hijo” que si quiere tortillas que las agarre él.
-Mamá, pues dile a “tu hija” que si no me da tortillas le voy a dar un tortazo. –mientras la pobre madre trataba de arreglar las líneas del teléfono descompuesto.
Así que cuando Ricardo comenzó a meter todas sus pertenencias en cajas, Elena se fue al centro comercial con sus amigas para escoger los aparatos deportivos de su nuevo gimnasio.
Cuando Elena llegó a casa Ricardo ya se había ido, y lo único que quedaba de él eran un par de zapatos viejos que no se llevó, y que dejó a un lado del bote de basura para que los tomara alguien necesitado.
Elena miró los zapatos un largo rato y después de recorrer el cuarto vacío de Ricardo, llevó los viejos zapatos bajo su cama. A ella le hacían falta, para sentirlo cerca con el olor de sus patas hediondas, ahora sabía lo mucho que extrañaría a ese pesado.
domingo, 2 de agosto de 2009
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